
La historia de México, comenzó hace poco más de 200 años con el proceso de independencia; sin embargo, para comprender su desarrollo es necesario remontarse mucho más atrás, a las civilizaciones prehispánicas que habitaron el territorio que hoy conocemos como México. Es importante destacar que este territorio ha cambiado a lo largo del tiempo, pues en el momento de la independencia era más extenso que en la actualidad.
En este artículo recorreremos ese amplio panorama histórico, desde las culturas originarias que sentaron las bases de una parte de la identidad mexicana, pasando por la época hispánica y la consolidación del Estado Mexicano, hasta llegar a los retos y transformaciones del México contemporáneo en el siglo XXI.
¿Cuál es la historia de México?
La historia de México abarca desde el surgimiento de las primeras civilizaciones mesoamericanas hace casi 4,000 años hasta la actualidad. En la época prehispánica florecieron culturas como la olmeca, zapoteca, maya, tolteca, mixteca y azteca (mexica), que dejaron un legado cultural, científico y arquitectónico de gran importancia.
Con la llegada de los españoles en el siglo XVI el territorio pasó a formar parte de la monarquía hispánica bajo el nombre de Virreinato de la Nueva España. A comienzos del siglo XIX, inspirados por las ideas ilustradas de la Independencia de Estados Unidos y la Revolución Francesa, estalló la Guerra de Independencia de México (1810-1821), que dio lugar al nacimiento de México como nación soberana.
Durante el periodo independiente, el país vivió momentos clave como la conformación de la República, la invasión estadounidense y la consecuente pérdida de gran parte de su territorio, las intervenciones extranjeras, las luchas entre liberales y conservadores, y el Imperio de Maximiliano.
En el siglo XX, la Revolución mexicana (1910-1920) transformó la vida política y social, culminando con la Constitución de 1917, que aún rige el país. Desde entonces, México ha atravesado procesos de modernización, desarrollo económico, crisis políticas y sociales, y en el siglo XXI continúa enfrentando retos como la desigualdad, la violencia y la búsqueda de consolidar su democracia.
Las civilizaciones prehispánicas
Los primeros habitantes del actual territorio mexicano se remontan a entre diez mil y treinta y cinco mil años atrás. Inicialmente eran grupos nómadas dedicados a la caza y la recolección, hasta que hacia el 5000 a. C. comenzaron a establecerse comunidades agrícolas sedentarias en la región conocida como Mesoamérica, que comprendía el centro y sur de México y parte de Centroamérica. A continuación, se destacan las principales culturas que marcaron esta etapa:
- Olmecas (aprox. 1500–400 a. C.)
Considerada la “cultura madre” de Mesoamérica, se desarrolló principalmente en Veracruz y Tabasco. Su legado más famoso son las cabezas colosales de piedra y la transmisión de elementos culturales como el juego de pelota, el calendario y el culto a deidades como el jaguar. - Zapotecas (aprox. 500 a. C.–900 d. C.)
Establecidos en los Valles Centrales de Oaxaca, fundaron Monte Albán, una de las primeras grandes ciudades mesoamericanas. Crearon un sistema de escritura jeroglífica y fueron pioneros en complejas estructuras políticas y religiosas. - Mayas (aprox. 250–900 d. C. en su período clásico, con presencia hasta la llegada de los europeos)
Ocupaban la península de Yucatán, Chiapas y parte de Centroamérica. Destacaron por sus avances en matemáticas, escritura y astronomía. Construyeron majestuosas ciudades-estado como Palenque, Tikal o Chichén Itzá, y desarrollaron uno de los calendarios más precisos del mundo antiguo. - Toltecas (aprox. 900–1150 d. C.)
Con centro en Tula (Hidalgo), fueron grandes arquitectos y guerreros. Su influencia cultural se extendió a otras regiones, transmitiendo mitos como el de Quetzalcóatl y estilos artísticos caracterizados por esculturas monumentales como los atlantes de Tula. - Mixtecas (aprox. 900–1521 d. C.)
Habitantes de la región montañosa de Oaxaca y parte de Puebla y Guerrero, fueron reconocidos por su orfebrería, cerámica policromada y códices pintados que relatan genealogías y mitos. Su organización política se basaba en reinos y señoríos independientes. - Mexicas o Aztecas (aprox. 1325–1521 d. C.)
Fundaron su capital, Tenochtitlán, en el lago de Texcoco, que llegó a ser una de las ciudades más grandes del mundo en su tiempo. Construyeron un vasto imperio sustentado en alianzas y tributos, con gran poder militar y religioso. Su herencia, especialmente en lengua náhuatl y tradiciones, sigue viva en México actual.
La conquista de México por Hernán Cortés
La Conquista de México, liderada por Hernán Cortés entre 1519 y 1521, fue uno de los procesos más decisivos de la historia americana. Con apenas unos cientos de hombres, pero con caballos, artillería y un notable sentido estratégico, Cortés se enfrentó al poderoso Imperio mexica.

Tras desembarcar en Veracruz, buscó alianzas con pueblos sometidos a Tenochtitlan, como los totonacas y los tlaxcaltecas, quienes aportaron miles de guerreros. Fundamental fue también la figura de Malintzin, intérprete y mediadora que permitió la comunicación y la negociación con los pueblos indígenas.
En 1519, Cortés y sus hombres entraron en Tenochtitlan, recibidos por el emperador Moctezuma II. Sin embargo, los enfrentamientos pronto estallaron: la matanza del Templo Mayor desencadenó la rebelión que obligó a los españoles a huir en la llamada “Noche Triste”.
Reorganizados en Tlaxcala, los conquistadores regresaron en 1521 y emprendieron un largo asedio contra Tenochtitlan. Con el apoyo de sus aliados y una flota de bergantines en el lago, bloquearon la ciudad hasta forzar la rendición de Cuauhtémoc el 13 de agosto de 1521. La caída de Tenochtitlan marcó el fin del Imperio mexica y el inicio de la Nueva España.
Tras la caída de Tenochtitlan el 13 de agosto de 1521, Hernán Cortés ordenó edificar sobre sus ruinas la nueva capital del dominio español: la Ciudad de México. El lugar fue elegido por su posición estratégica en el Valle de México y su importancia simbólica como centro del antiguo Imperio mexica.
Se conservaron algunos trazos de la ciudad indígena, pero se impuso un modelo urbano de estilo europeo, con plazas, iglesias y edificios administrativos. Los templos mexicas fueron destruidos y sus piedras reutilizadas en las nuevas construcciones. En pocos años, México-Tenochtitlan se transformó en la Ciudad de México, sede del virreinato y núcleo político, económico y religioso de la Nueva España.
El Virreinato de la Nueva España
Tras la incorporación de los territorios mesoamericanos a la Monarquía Hispánica en el siglo XVI, se conformó el Virreinato de la Nueva España, una de las provincias más extensas y prósperas del mundo hispánico. Con capital en la Ciudad de México-Tenochtitlán, abarcaba no solo el actual México, sino también regiones de Norteamérica, Centroamérica, Filipinas y varias islas del Pacífico, lo que lo convirtió en un eje estratégico del comercio global gracias a rutas como el Galeón de Manila.
La sociedad novohispana se estructuró en distintos grupos, diferenciados en buena parte por su origen. Los peninsulares y criollos ocupaban los cargos más altos en el gobierno, la Iglesia y el comercio; los pueblos indígenas, tras una dura etapa inicial de enfermedades y reducción demográfica, conservaron buena parte de sus comunidades bajo la tutela de autoridades locales, mientras se integraban progresivamente a la vida cristiana; los africanos, introducidos como esclavos, y sus descendientes, junto con el mestizaje entre todos los grupos, dieron lugar a una gran diversidad cultural que se reflejaba en las llamadas castas.
En el ámbito cultural y religioso, el virreinato fue escenario de un intenso proceso de evangelización que derivó en un profundo sincretismo: símbolos indígenas se fusionaron con la tradición cristiana, dando origen a expresiones únicas como el culto a la Virgen de Guadalupe. Este fenómeno, junto con el mestizaje, moldeó la identidad del México virreinal y sentó las bases de la cultura mexicana actual.
Económicamente, la Nueva España destacó por su riqueza minera —especialmente la plata—, su agricultura y su papel como centro de comercio transoceánico. La prosperidad de ciudades como México, Puebla, Guanajuato o Zacatecas convirtió al virreinato en una de las posesiones más valiosas de la monarquía. No obstante, las restricciones impuestas desde la metrópoli limitaron las aspiraciones de las élites criollas, lo que con el tiempo generó tensiones que desembocarían en los movimientos independentistas del siglo XIX.
La Independencia de México
El movimiento independentista en la Nueva España tuvo sus raíces en las tensiones acumuladas entre los criollos y la monarquía peninsular. Aunque los criollos eran parte de la élite económica y cultural, estaban excluidos de los cargos políticos más altos, reservados para los peninsulares. A esto se sumaban las restricciones al comercio, los impuestos de las reformas borbónicas y la difusión de las ideas ilustradas, que cuestionaban el monopolio de la Corona. El ejemplo de la independencia de Estados Unidos y de la Revolución Francesa reforzó la convicción de que era posible construir un nuevo orden.

El detonante llegó en 1808, cuando Napoleón Bonaparte invadió España y el rey Fernando VII fue obligado a abdicar. Ante el vacío de poder, en Nueva España se abrió el debate sobre la legitimidad de las autoridades. En este contexto, el 16 de septiembre de 1810 el sacerdote criollo Miguel Hidalgo y Costilla, junto con el capitán Ignacio Allende y otros conspiradores, lanzó el famoso Grito de Dolores, un llamado a levantarse contra el orden establecido, que dio inicio a una larga guerra.
El conflicto se extendió durante once años, con diferentes etapas y líderes. Tras la muerte de Hidalgo y Allende en 1811, la lucha fue continuada por José María Morelos, quien organizó los primeros congresos insurgentes, y más tarde por Vicente Guerrero, que mantuvo la resistencia en el sur. Finalmente, en 1821, el general realista Agustín de Iturbide, que hasta entonces había combatido a los insurgentes, pactó con Guerrero mediante el Plan de Iguala, que establecía tres garantías: religión católica, independencia y unión de todos los grupos sociales. Con este acuerdo nació el Ejército Trigarante, que el 27 de septiembre de 1821 entró triunfal en la Ciudad de México. Al día siguiente se firmó el Acta de Independencia, marcando oficialmente el inicio de la vida del México independiente.
Primer imperio mexicano
Tras consumarse la independencia en 1821, la nueva nación enfrentó el reto de definir su forma de gobierno. El Plan de Iguala había propuesto originalmente que la corona de México se ofreciera a un miembro de la familia real española o, en su defecto, a otro príncipe europeo. Sin embargo, cinco candidatos de casas reinantes rechazaron la invitación, y el Congreso constituyente, bajo la presión de los acontecimientos y del prestigio militar de Agustín de Iturbide, terminó eligiéndolo como emperador. En 1822 fue coronado con el nombre de Agustín I, iniciando así el breve experimento monárquico conocido como el Primer Imperio Mexicano.
El nuevo imperio heredó casi todo el territorio del Virreinato de Nueva España, salvo las islas del Caribe y Filipinas, lo que significaba un dominio extenso que incluía Texas, Nuevo México, California y Centroamérica (con excepción de Panamá). Para simbolizar la unidad y la identidad de la nación, se adoptó la bandera tricolor con franjas verde, blanca y roja, adornada con el águila real coronada sobre un nopal, retomando un mito fundacional náhuatl.
Sin embargo, el imperio pronto mostró fragilidad. La falta de experiencia administrativa, las tensiones económicas y las rivalidades políticas derivaron en un rápido desgaste. Figuras como Vicente Guerrero y el joven oficial Antonio López de Santa Anna se opusieron a la monarquía y comenzaron a conspirar para instaurar una república. Ante las crecientes presiones y el descontento general, Iturbide abdicó en marzo de 1823 y partió hacia Europa. Al mismo tiempo, las provincias centroamericanas se emanciparon del imperio y proclamaron su independencia.
La experiencia imperial duró menos de dos años, pero marcó una transición clave: de la monarquía moderada que buscaban algunos sectores a la definición de México como una república federal. En 1824 se promulgó la Constitución Federal de los Estados Unidos Mexicanos, con lo que inició formalmente la etapa republicana de la historia nacional.
Primera guerra con Francia
La Primera Intervención Francesa en México, conocida popularmente como la Guerra de los Pasteles, fue un conflicto armado entre Francia y México ocurrido entre 1838 y 1839. El pretexto surgió cuando ciudadanos franceses reclamaron indemnizaciones por daños sufridos durante disturbios en México, entre ellos un pastelero que exigía una elevada compensación por pérdidas en su negocio. Francia utilizó estas reclamaciones para presionar al gobierno mexicano y exigir el pago de deudas.
Ante la negativa inicial, la marina francesa bloqueó los principales puertos del Golfo de México, incluyendo Veracruz, lo que afectó gravemente el comercio. El enfrentamiento culminó con el asalto al fuerte de San Juan de Ulúa en diciembre de 1838. Finalmente, con la mediación de Gran Bretaña, México aceptó pagar una indemnización y los franceses levantaron el bloqueo en 1839.
Aunque breve, este conflicto evidenció la fragilidad de México en sus primeros años como nación independiente y la presión constante de potencias extranjeras sobre su economía y soberanía.
Guerra con Estados Unidos
La Intervención Estadounidense en México, también conocida como la Guerra de 1847, fue un conflicto armado entre México y Estados Unidos originado por la anexión de Texas a la Unión Americana en 1845 y por la ambición expansionista de Estados Unidos bajo la doctrina del Destino Manifiesto. Las tensiones crecieron cuando tropas estadounidenses ocuparon la zona disputada entre el río Nueces y el río Bravo, desencadenando enfrentamientos con fuerzas mexicanas en abril de 1846.

El conflicto se extendió rápidamente: el ejército estadounidense invadió el norte del país, tomó California y avanzó hacia el centro de México. Tras varias batallas decisivas —incluyendo la defensa heroica del Castillo de Chapultepec por los jóvenes cadetes conocidos como los Niños Héroes—, las tropas estadounidenses ocuparon la Ciudad de México en septiembre de 1847.
La guerra concluyó con el Tratado de Guadalupe Hidalgo en 1848, mediante el cual México perdió más de la mitad de su territorio, incluyendo Texas, California, Nuevo México, Arizona, Nevada, Utah y partes de Colorado y Wyoming. A cambio, recibió una compensación económica. Este conflicto dejó profundas heridas en la memoria nacional y marcó de manera decisiva la relación entre ambos países.
Segunda guerra con Francia
La Segunda Intervención Francesa en México fue un conflicto mucho más prolongado y complejo que la llamada Guerra de los Pasteles. Sus causas se remontan a la suspensión del pago de la deuda externa decretada por el presidente Benito Juárez en 1861, lo que provocó la molestia de Francia, Inglaterra y España. Aunque las dos últimas potencias negociaron y se retiraron, Francia —bajo el emperador Napoleón III— decidió aprovechar la situación para establecer en México un imperio aliado que contrarrestara la influencia de Estados Unidos en América.
El 5 de mayo de 1862 las tropas francesas sufrieron una inesperada derrota en la Batalla de Puebla frente al ejército mexicano comandado por Ignacio Zaragoza, hecho que se convirtió en símbolo de resistencia nacional. Sin embargo, al año siguiente Francia envió más refuerzos y logró ocupar la capital. En 1864 se instauró el Segundo Imperio Mexicano, con el archiduque austríaco Maximiliano de Habsburgo como emperador, apoyado por el sector conservador mexicano.
La situación cambió tras el fin de la Guerra de Secesión en Estados Unidos, que presionó a Napoleón III para retirar a sus tropas. Sin apoyo militar europeo, el imperio se derrumbó y Maximiliano fue capturado y fusilado en 1867 en Querétaro. Con este hecho terminó la intervención francesa y Juárez restableció la República, consolidando la soberanía mexicana.
Revolución mexicana
La Revolución Mexicana fue un amplio movimiento social y político que transformó profundamente la historia del país. Su origen se encuentra en el descontento frente a la larga dictadura del Porfiriato (1876-1911), caracterizada por un notable crecimiento económico y modernización, pero también por la desigualdad social, la concentración de tierras y la falta de democracia.

En 1910, Francisco I. Madero encabezó un levantamiento que obligó a Porfirio Díaz a renunciar en 1911. Sin embargo, lejos de traer estabilidad, su triunfo abrió una década de luchas entre diferentes facciones revolucionarias. El país fue escenario de guerras, alianzas y traiciones, con líderes tan diversos como Emiliano Zapata, que defendía el reparto de tierras bajo el lema “Tierra y libertad”; Francisco “Pancho” Villa, caudillo del norte con un gran ejército popular; y Venustiano Carranza, que buscaba consolidar un nuevo orden constitucional.
La Revolución estuvo marcada por la violencia y la inestabilidad: Madero fue asesinado en 1913 tras un golpe de Estado; Zapata en 1919; Carranza en 1920; y Villa en 1923. Pese a ello, de este proceso emergió una nueva estructura política y social. Su mayor legado fue la Constitución de 1917, que estableció derechos laborales, educación laica y gratuita, y la base del sistema político mexicano del siglo XX.
México contemporáneo
Tras el fin de la Revolución Mexicana, el país inició un proceso de reconstrucción política e institucional. En 1929 se fundó el Partido Nacional Revolucionario (PNR), que más tarde se transformaría en el PRI (Partido Revolucionario Institucional). Este partido dominaría la política mexicana durante gran parte del siglo XX, garantizando estabilidad, pero también marcando un sistema de partido único con escasa competencia democrática.
Durante las décadas de 1930 y 1940, bajo líderes como Lázaro Cárdenas, México vivió profundas transformaciones: se implementó una reforma agraria que distribuyó tierras a campesinos, se fortalecieron los sindicatos y, en 1938, se llevó a cabo la expropiación petrolera, creando PEMEX como empresa nacional. Estos cambios consolidaron al Estado como actor central en la economía.
En la segunda mitad del siglo XX, México experimentó un crecimiento acelerado conocido como el Milagro Mexicano (1940-1970), caracterizado por industrialización, urbanización y expansión de la clase media. Sin embargo, la desigualdad social persistió, y hacia los años setenta comenzaron a evidenciarse crisis económicas y descontento político. Uno de los momentos más críticos fue la matanza de Tlatelolco en 1968, cuando el ejército reprimió violentamente a estudiantes que exigían más libertades democráticas.
En los años ochenta y noventa, México atravesó crisis financieras y aplicó reformas económicas neoliberales, como la apertura comercial y la privatización de empresas estatales. Un hito fue la firma del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) en 1994, que integró la economía mexicana con Estados Unidos y Canadá. Ese mismo año estalló el levantamiento del EZLN en Chiapas, encabezado por el subcomandante Marcos, que denunció las desigualdades sociales y el abandono del campo.
El año 2000 marcó un giro histórico con el triunfo de Vicente Fox, del PAN, que puso fin a más de 70 años de hegemonía del PRI. Desde entonces, México ha vivido una vida política más plural, aunque marcada por la violencia del crimen organizado y la llamada guerra contra el narcotráfico, que se intensificó a partir de 2006 con un grave costo en vidas humanas y seguridad.
En el siglo XXI, México ha continuado su proceso democrático y de modernización, enfrentando desafíos como la desigualdad, la corrupción y la violencia, al tiempo que mantiene un papel central en la región como una de las principales economías de América Latina. Actualmente, bajo el gobierno de Andrés Manuel López Obrador (2018-2024), el país vive una etapa de reformas sociales y políticas, en un contexto de debate sobre su rumbo económico y democrático hacia el futuro.