thomas sankara

El día 6 de abril, en Burkina Faso, el actual presidente Ibrahim Traoré decidió cambiar el nombre de una de las calles principales de la capital Ouagadougou, concretamente el boulevard Charles De Gaulle, por boulevard de Thomas Sankara. Y aunque pequeño, eso es un paso más de los países del Sahel por quitarse el yugo del colonialismo francés, ese que tanto bebe de la Revolución Francesa.

Thomas Sankara no fue simplemente un presidente africano: fue una tormenta de dignidad, justicia y soberanía en un continente asediado por siglos de colonialismo y neocolonialismo. Su breve pero intenso mandato (1983-1987) al frente de Burkina Faso marcó una ruptura radical con la dependencia de Occidente, el saqueo de recursos y la sumisión económica que caracterizaba a gran parte del África postcolonial. Por eso lo mataron.

Un proyecto revolucionario para África

Desde el momento en que asumió el poder, Sankara emprendió una transformación sin precedentes: nacionalizó tierras y recursos, priorizó la autosuficiencia alimentaria, erradicó el analfabetismo, prohibió la mutilación genital femenina y promovió la participación política de las mujeres. Renunció al lujo del poder, redujo su salario, vendió la flota de Mercedes-Benz oficiales y abolió los privilegios de la clase política.

Convirtió la excolonia francesa del Alto Volta en “Burkina Faso”, que significa “la tierra de los hombres íntegros”. Fue mucho más que un cambio de nombre: fue una declaración de guerra contra la herencia colonial y sus aliados internos.

El antiimperialismo como amenaza

Sankara denunciaba abiertamente a las instituciones financieras internacionales como instrumentos de esclavitud moderna. Su histórico discurso en la ONU en 1984 es hoy un manifiesto revolucionario: “El origen de la deuda se encuentra en los colonizadores. No podemos pagar esa deuda. No debemos pagarla”.

Estas posiciones pusieron a Sankara en el punto de mira. Francia, Estados Unidos y otros actores con intereses económicos en África no podían permitir que su ejemplo se propagara. Su gobierno se convirtió en una amenaza ideológica para el sistema de dominación global.

Un asesinato planificado

El 15 de octubre de 1987, Thomas Sankara fue asesinado en un golpe de Estado organizado por su antiguo compañero y amigo Blaise Compaoré. Pero detrás de ese crimen había manos más poderosas.

Múltiples investigaciones y testimonios —como los recogidos por Le Monde diplomatique y Resumen Latinoamericano— apuntan a la complicidad de Francia, que veía en Sankara un obstáculo para sus intereses neocoloniales en África Occidental. Según diversos analistas, la CIA también habría seguido de cerca sus movimientos.

El asesinato fue quirúrgico: doce balas en el cuerpo del presidente, enterrado sin ceremonia, con rapidez, y en secreto. El mensaje fue claro: a quien se atreva a desafiar el orden imperialista, se le silencia.

La hipocresía de los derechos humanos

Mientras Sankara era demonizado por las potencias occidentales, organizaciones como Amnistía Internacional, supuestamente defensoras de los derechos humanos, se prestaban a ese juego. En 1986, esta organización publicó informes que lo presentaban como un autoritario, sin mencionar jamás el contexto de lucha contra un sistema corrupto, ni los avances sociales conseguidos.

Es llamativo que Amnistía nunca se haya retractado ni disculpado por haber contribuido a la deslegitimación internacional de uno de los pocos líderes africanos auténticamente populares, honestos y revolucionarios del siglo XX.

La manipulación del discurso de derechos humanos ha sido una herramienta clave del imperialismo occidental. Se criminaliza a los que resisten, mientras se protege a dictadores serviles que mantienen abiertas las puertas a las multinacionales extranjeras.

Fuentes