Fernando VII de España: Biografía, Reinado y Legado Histórico

Fernando VII de Borbón (1784-1833) fue una de las figuras más polémicas de la historia de España. Su reinado estuvo marcado por una profunda inestabilidad política, oscilando entre el absolutismo más férreo y los intentos de instaurar el constitucionalismo. Considerado por sus partidarios como el legítimo restaurador de la monarquía tradicional y por sus detractores como un monarca tiránico, su gobierno dejó una huella imborrable en el país.
Ascendió al trono en un contexto de crisis, con España sumida en la Guerra de Independencia contra Francia y bajo la influencia de las reformas ilustradas y los primeros movimientos liberales. Su retorno al poder en 1814 supuso la anulación de la Constitución de 1812 y el restablecimiento del absolutismo, provocando la persecución de los sectores progresistas. Durante su reinado, el país experimentó enfrentamientos constantes entre absolutistas y liberales, episodios de represión política y una severa crisis económica que afectó el desarrollo de la nación.
Contexto Histórico
El reinado de Fernando VII se desarrolló en un periodo de profundas transformaciones políticas, sociales y económicas en España y Europa. A finales del siglo XVIII, la Revolución Francesa (1789) sacudió el orden monárquico y propagó ideales de libertad e igualdad que pusieron en jaque a las monarquías absolutas europeas. La ejecución de Luis XVI y la instauración de la Primera República Francesa provocaron una reacción en las monarquías del continente, que buscaron frenar la expansión de estos principios. España, bajo el reinado de Carlos IV, quedó atrapada en esta vorágine, oscilando entre la alianza y el enfrentamiento con Francia.
El ascenso de Napoleón Bonaparte al poder y su ambición expansionista llevaron a España a una crisis sin precedentes. En 1796, el Tratado de San Ildefonso convirtió a España en aliada de Francia contra Gran Bretaña, lo que derivó en la desastrosa Batalla de Trafalgar (1805), donde la armada española quedó prácticamente destruida. Este fracaso debilitó aún más al gobierno de Carlos IV, que se encontraba bajo la influencia del poderoso ministro Manuel Godoy.
En 1807, el Tratado de Fontainebleau permitió el paso de tropas francesas por España para invadir Portugal, pero pronto se hizo evidente que el objetivo de Napoleón era tomar el control del país. En 1808, tras las Abdicaciones de Bayona, Carlos IV y su hijo Fernando VII cedieron el trono a Napoleón, quien impuso como monarca a su hermano José Bonaparte. La respuesta del pueblo español fue inmediata: se produjo un levantamiento popular el 2 de mayo en Madrid, lo que desencadenó la Guerra de Independencia Española (1808-1814).
Durante el conflicto, España quedó dividida en tres fuerzas:
- Los afrancesados, que apoyaban a José Bonaparte y las reformas napoleónicas.
- Los absolutistas, que defendían la restauración del poder monárquico sin cambios.
- Los liberales, que impulsaron la Constitución de Cádiz de 1812, un documento revolucionario que establecía la soberanía nacional y limitaba la autoridad real.
Con la derrota de Napoleón en 1814, Fernando VII regresó a España y fue recibido con entusiasmo como el Deseado. Sin embargo, su primera decisión fue derogar la Constitución de 1812 y reinstaurar el absolutismo, iniciando una persecución contra los liberales que marcaría su reinado. España entró en un período de inestabilidad que definiría el siglo XIX, con enfrentamientos constantes entre absolutistas y constitucionalistas, golpes de Estado y la progresiva pérdida de las colonias americanas.
Infancia y Juventud
Fernando VII nació el 14 de octubre de 1784 en el Palacio de El Escorial, hijo de Carlos IV y María Luisa de Parma. Su nacimiento fue recibido con gran júbilo en la corte, ya que sus padres habían perdido a varios hijos varones en la infancia. Desde sus primeros años, mostró una salud frágil, sufriendo episodios de enfermedad que preocuparon a la familia real. En una ocasión, su madre, desesperada por su recuperación, hizo un voto ante San Fernando prometiendo visitar su tumba en Sevilla si el niño sobrevivía, promesa que cumplió en 1796.
Su educación estuvo marcada por la rigidez y la influencia de la política cortesana. Desde temprana edad, fue reconocido como Príncipe de Asturias y destinado a ser el futuro monarca de España. Sin embargo, la elección de sus tutores reflejó más la lucha de poder dentro de la corte que un verdadero interés por su formación. Inicialmente, su educación estuvo a cargo del padre calasancio Benito Scío, pero su muerte en 1795 llevó a que el obispo de Orihuela, Francisco Javier Cabrera, tomara su lugar. Cabrera impuso un exigente programa de estudios con horarios prolongados desde las seis de la mañana hasta las nueve de la noche, con la intención de formar un príncipe culto y disciplinado.
No obstante, la educación de Fernando no tuvo el impacto esperado. A diferencia de su abuelo, Carlos III, que había fomentado el reformismo ilustrado, el joven príncipe no desarrolló grandes inquietudes intelectuales. Sus maestros encontraron en él una personalidad reservada, desconfiada y reacia al aprendizaje. Mostraba poco interés por la caza, la equitación y la estrategia militar, habilidades fundamentales para un futuro monarca. Prefería el juego del billar, al punto de ordenar la instalación de mesas en todos los palacios reales para su entretenimiento. Su famoso gusto por este juego dio origen a la frase popular: “Así se las ponían a Fernando VII”, en referencia a la costumbre de sus allegados de acomodar las bolas para que siempre pudiera ganar.
Durante su juventud, Fernando desarrolló un fuerte resentimiento hacia Manuel Godoy, el influyente valido de su padre. La creciente cercanía de Carlos IV y María Luisa de Parma con Godoy generó en el príncipe la sospecha de que el ministro conspiraba para alejarlo del poder. Su desconfianza fue avivada por su preceptor, Juan de Escoiquiz, quien le inculcó un odio visceral hacia el valido y le convenció de que debía derrocar su influencia. Escoiquiz moldeó su carácter hacia la astucia y la desconfianza, convirtiéndolo en un hábil intrigante dentro de la corte. Esta enemistad sería clave en los eventos que llevaron al Motín de Aranjuez (1808), que precipitó la caída de Godoy y la abdicación de Carlos IV en su hijo.
A los 18 años, Fernando contrajo matrimonio con su prima, María Antonia de Nápoles, en un enlace arreglado por razones políticas. Sin embargo, el matrimonio estuvo lejos de ser feliz. María Antonia lo describió en cartas a su familia como una persona fría y de aspecto desagradable. La relación estuvo marcada por la desconfianza y la tensión, exacerbadas por la influencia de la corte y los enfrentamientos con la reina María Luisa. La princesa falleció en 1806 sin haber dado un heredero al trono, dejando a Fernando sumido en un mayor aislamiento.
La juventud de Fernando VII estuvo determinada por la conspiración, la desconfianza y la manipulación política. Lejos de ser un monarca preparado para gobernar, llegó al trono con un carácter moldeado por la intriga cortesana y el resentimiento, factores que marcarían profundamente su reinado.
Acceso al Trono
Fernando VII ascendió al trono en uno de los momentos más caóticos de la historia de España. A comienzos del siglo XIX, el país se encontraba en una crisis política y económica profunda, con el gobierno de su padre, Carlos IV, dominado por la influencia de Manuel Godoy. La creciente impopularidad del valido y la percepción de que estaba subordinando los intereses de España a los de Napoleón Bonaparte generaron un fuerte rechazo entre la nobleza y el pueblo, quienes veían en Fernando una esperanza de cambio.
La rivalidad entre Fernando y Godoy alcanzó su punto álgido en 1807, cuando las tropas francesas entraron en España bajo el pretexto de invadir Portugal, según lo acordado en el Tratado de Fontainebleau. Sin embargo, pronto quedó claro que Napoleón tenía la intención de ocupar el país. La situación empeoró con el Motín de Aranjuez (17-19 de marzo de 1808), una revuelta orquestada por partidarios de Fernando con el objetivo de derrocar a Godoy. En medio del caos, Godoy fue arrestado y Carlos IV, presionado por los acontecimientos, abdicó en su hijo el 19 de marzo de 1808.
La proclamación de Fernando VII fue recibida con entusiasmo por el pueblo, que lo consideraba el Deseado. Sin embargo, su reinado duró apenas dos meses antes de verse atrapado en la trama napoleónica. Napoleón, viendo la oportunidad de imponer su dominio en la península, lo convocó a Bayona, Francia, en mayo de 1808. Allí, bajo presión y sin apoyo militar, Fernando fue obligado a abdicar en favor de su padre, Carlos IV, quien a su vez entregó la corona a Napoleón. Así, la monarquía borbónica fue despojada del trono español, y el emperador impuso como rey a su hermano, José Bonaparte, iniciando la ocupación francesa.
El exilio de Fernando VII en Francia duró seis años, mientras en España estallaba la Guerra de Independencia (1808-1814). En su ausencia, las Cortes de Cádiz promulgaron en 1812 la primera Constitución española, que establecía la soberanía nacional y limitaba el poder real. Sin embargo, cuando Fernando recuperó el trono en 1814, rechazó el constitucionalismo y restauró el absolutismo, iniciando un periodo de persecución contra los liberales que marcaría su reinado.
Reinado de Fernando VII (1814-1833)
El reinado de Fernando VII se caracterizó por la constante lucha entre absolutistas y liberales, la represión política y la inestabilidad económica. Desde su regreso al trono en 1814 hasta su muerte en 1833, el monarca gobernó España en tres fases bien diferenciadas: el Sexenio Absolutista (1814-1820), el Trienio Liberal (1820-1823) y la Década Ominosa (1823-1833).
Sexenio Absolutista (1814-1820): El regreso del absolutismo
Tras la derrota de Napoleón y su salida de España, Fernando VII regresó al país en abril de 1814. Su llegada estuvo acompañada de una fuerte expectativa popular, con amplios sectores del pueblo y la nobleza esperanzados en que restauraría el orden tras años de guerra y caos político. Sin embargo, su primera gran decisión fue la derogación de la Constitución de Cádiz de 1812 y la reinstauración de la monarquía absoluta mediante el Manifiesto de los Persas, un documento firmado por 69 diputados que instaban al rey a suprimir cualquier vestigio del liberalismo gaditano.
El absolutismo de Fernando VII se caracterizó por una feroz represión contra los liberales. Muchos fueron encarcelados, exiliados o ejecutados por conspirar contra el régimen. Se reinstauró la Inquisición, se suprimieron las reformas políticas y económicas aprobadas en Cádiz y se fortaleció la censura. Sin embargo, la crisis económica y el malestar social fueron en aumento. Las guerras de independencia en América erosionaron las finanzas del reino, y la falta de reformas impidió la modernización del Estado.
Trienio Liberal (1820-1823): El intento de constitucionalismo
En 1820, un pronunciamiento militar liderado por el coronel Rafael del Riego obligó a Fernando VII a restaurar la Constitución de 1812 y aceptar un régimen liberal. Durante tres años, el país intentó consolidar un gobierno constitucional, con la división de poderes y la limitación del poder real. Sin embargo, el monarca nunca aceptó de buena fe este sistema y conspiró activamente con potencias extranjeras para restaurar el absolutismo.
La división entre moderados y exaltados dentro del liberalismo debilitó el régimen. Mientras los moderados buscaban una monarquía constitucional estable, los exaltados promovían cambios más radicales. Aprovechando esta inestabilidad, Fernando VII solicitó ayuda a la Santa Alianza, una coalición de monarquías absolutistas europeas. En 1823, los Cien Mil Hijos de San Luis, un ejército francés enviado por el rey Luis XVIII, invadió España y restauró el absolutismo.
Década Ominosa (1823-1833): La represión final
La última etapa del reinado de Fernando VII fue un período de persecución contra los liberales y consolidación del absolutismo. Miles de constitucionalistas fueron ejecutados o exiliados, y el país entró en una profunda crisis política y económica. A pesar de la dureza del régimen, la monarquía tuvo que hacer ciertas concesiones ante la presión internacional y la necesidad de estabilizar el reino.
Uno de los conflictos más importantes de esta década fue la cuestión sucesoria. Fernando VII no tenía un heredero varón, y en 1830 promulgó la Pragmática Sanción, que abolía la Ley Sálica y permitía que su hija, Isabel II, heredara el trono. Esto provocó la oposición de los partidarios de su hermano, Carlos María Isidro, quienes defendían la continuidad de la monarquía absolutista bajo la línea masculina, lo que posteriormente desataría la Primera Guerra Carlista tras la muerte del rey.
El 29 de septiembre de 1833, Fernando VII falleció, dejando a España sumida en una crisis política que definiría el futuro del país.
Crisis Política y Social
El reinado de Fernando VII estuvo marcado por una profunda crisis política y social que afectó a todas las estructuras del Estado español. La lucha entre absolutistas y liberales no solo definió su gobierno, sino que dejó a España sumida en una constante inestabilidad. A esto se sumaron problemas económicos derivados de la guerra y la independencia de las colonias americanas, lo que agravó aún más la situación del país.
La persecución política y la represión
Fernando VII pasó gran parte de su reinado reprimiendo a los sectores liberales que promovían una monarquía constitucional. Durante el Sexenio Absolutista (1814-1820), impuso una estricta censura y restauró la Inquisición, mientras que en la Década Ominosa (1823-1833) llevó a cabo una brutal represión contra aquellos que habían apoyado el Trienio Liberal. Muchos liberales fueron ejecutados, encarcelados o exiliados, lo que debilitó cualquier intento de reforma política.
Uno de los episodios más representativos de esta persecución fue el fusilamiento de Rafael del Riego en 1823, líder del pronunciamiento que había obligado al rey a jurar la Constitución en 1820. Su muerte simbolizó el retorno del absolutismo y la intención del monarca de no tolerar ningún intento de cambio.
Crisis económica y pérdida del imperio
A nivel económico, España se encontraba en una situación precaria tras la Guerra de Independencia (1808-1814). La infraestructura del país había quedado devastada, la producción agrícola y manufacturera se redujo drásticamente y la deuda nacional se disparó. Sin embargo, la mayor crisis económica llegó con la independencia de las colonias americanas, que privó a la corona de sus principales fuentes de ingresos.
A lo largo de su reinado, Fernando VII intentó recuperar los territorios perdidos en América mediante expediciones militares, pero todas fracasaron. La independencia de países como Argentina (1816), México (1821) y Perú (1824) significó el colapso del imperio español en el continente. Sin los ingresos de América, España entró en una crisis financiera que obligó al monarca a aumentar los impuestos y endeudarse con potencias extranjeras, lo que generó un gran descontento entre la población.
El conflicto sucesorio y el inicio del carlismo
En los últimos años de su reinado, la crisis política se intensificó debido a la cuestión sucesoria. Al no tener un heredero varón, Fernando VII promulgó en 1830 la Pragmática Sanción, que permitía que su hija, Isabel II, accediera al trono. Sin embargo, su hermano Carlos María Isidro y sus seguidores rechazaron esta decisión, argumentando que la corona debía pasar a un heredero masculino según la Ley Sálica.
Este conflicto derivó en la Primera Guerra Carlista (1833-1840) tras la muerte de Fernando VII, enfrentando a los partidarios de Isabel II (liberales) contra los carlistas, quienes defendían un sistema monárquico más tradicional y absolutista. Esta guerra civil marcó el inicio de una larga lucha entre progresistas y conservadores en España, con repercusiones políticas que se extenderían durante todo el siglo XIX.
Legado y Muerte
Fernando VII falleció el 29 de septiembre de 1833 en Madrid, dejando tras de sí un país sumido en la inestabilidad política, una grave crisis económica y una sociedad profundamente dividida. Su legado es uno de los más controvertidos de la historia de España, marcado por la represión, la falta de reformas y el inicio de un conflicto dinástico que desembocaría en la Primera Guerra Carlista (1833-1840).
Muerte y sucesión
En sus últimos años, la salud del monarca se deterioró considerablemente. Sufría de gota y otras dolencias que lo dejaron incapacitado en sus últimos meses de vida. Ante la inminencia de su muerte, su esposa y regente, María Cristina de Borbón, intentó asegurar la sucesión de su hija, Isabel II, enfrentándose a los sectores absolutistas que apoyaban a Carlos María Isidro.
Con la promulgación de la Pragmática Sanción (1830), Fernando VII había asegurado que su hija pudiera heredar el trono, pero su muerte desencadenó la inmediata oposición del carlismo, un movimiento que defendía el absolutismo y el derecho de Carlos María Isidro a la corona. La disputa se convirtió en un conflicto armado conocido como la Primera Guerra Carlista, que enfrentó a isabelinos (liberales y constitucionalistas) contra carlistas (absolutistas y tradicionalistas).
Legado político y social
El reinado de Fernando VII dejó consecuencias profundas en España:
- Fracaso de la modernización del país: A diferencia de otros países europeos que avanzaban hacia modelos políticos constitucionales, España quedó rezagada debido a la negativa del monarca a implementar reformas duraderas.
- Polarización entre absolutistas y liberales: La constante represión y persecución de los sectores progresistas dejó un país dividido, lo que derivó en guerras civiles y conflictos políticos durante todo el siglo XIX.
- Desmoronamiento del Imperio Español: Su incapacidad para frenar la independencia de las colonias americanas significó el fin de la hegemonía española en el continente, con graves repercusiones económicas para la metrópoli.
- El inicio del carlismo: Su decisión de abolir la Ley Sálica dio origen a un conflicto dinástico que se prolongó durante varias décadas y definió la lucha política en España entre conservadores y liberales.
A pesar de haber sido llamado el Deseado en su juventud, la historia ha recordado a Fernando VII como un monarca incapaz de gobernar con visión de futuro. Su inflexibilidad y su rechazo a la modernización convirtieron su reinado en un período de retroceso y crisis, cuyas consecuencias se sintieron mucho después de su muerte.