El pasado 6 de mayo, Donald Trump quiso vendernos como victoria lo que en realidad fue una retirada: tras dos meses de bombardeos sobre Yemen, anunció un alto el fuego con los hutíes. Pero como suele ocurrir con la propaganda imperial, la verdad está muy lejos de los discursos oficiales.

eeuu se retira guerra de yemen

Durante esos dos meses, Estados Unidos descargó cientos de misiles contra posiciones de Ansar Alá. ¿El objetivo? Forzar el levantamiento del bloqueo marítimo impuesto en el Mar Rojo como respuesta al genocidio que Israel lleva a cabo en Gaza y ahora también en Siria. ¿El resultado? Ninguno. Los ataques no lograron mermar la capacidad militar de los hutíes. Solo sirvieron para aumentar las bajas civiles, derrochar más de mil millones de dólares y alimentar el resentimiento hacia Washington en la región.

Ansar Alá, una espina en el costado de Occidente

Lejos de ser un grupo rebelde marginal, los hutíes han demostrado ser una fuerza militar disciplinada, con armamento avanzado y una estrategia clara. Inspirados por el islam chií zaidí y con vínculos estratégicos con Irán, su lucha no es solo local: se inscribe dentro de una guerra indirecta entre Estados Unidos e Irán que se libra en múltiples frentes, desde Gaza hasta el Golfo Pérsico.

Su capacidad de respuesta no ha hecho más que consolidarse. El uso de misiles balísticos, drones kamikazes y sistemas antibuque ha permitido a los hutíes ejercer un control efectivo sobre la seguridad del Mar Rojo. Y aunque los ataques a barcos comerciales han disminuido, no porque hayan perdido fuerza, sino porque gran parte del tráfico marítimo ha decidido evitar la zona y rodear África por el Cabo de Buena Esperanza, disparando los costes logísticos globales.

Israel se queda solo, y EE.UU. con pocas municiones

Con la retirada estadounidense, Israel se enfrenta en solitario a un frente más: el yemení. Y mientras Washington trata de maquillar el fracaso, voces dentro del Pentágono alertan sobre un problema mayor: el gasto inútil en Yemen ha agotado recursos clave en un momento delicado. La pérdida de 22 drones MQ-9 Reaper (a 30 millones de dólares cada uno), tres cazas F-18 Hornet (unos 60 millones por unidad), y el coste operativo de portaaviones, misiles y logística, eleva el gasto total a más de 5.000 millones de dólares. Todo para terminar reconociendo, sin decirlo, que no pueden con los hutíes.

Y eso sin contar el impacto a largo plazo: el desprestigio militar, la erosión de la influencia regional de EE.UU., y el hecho innegable de que un actor no estatal, con apoyo limitado y una economía devastada, ha conseguido doblarle el brazo al mayor aparato militar del mundo.

La guerra global, en miniatura

Lo que ocurre en Yemen no es un conflicto aislado: es el espejo de un orden mundial que se desmorona. EE.UU. ya no puede imponer su voluntad sin consecuencias. Cada intento de castigo —como este en Yemen— se transforma en una demostración de su propia decadencia. Y cada victoria de un actor periférico como Ansar Alá representa un síntoma más del colapso de la hegemonía occidental.

Por ahora, los hutíes celebran. Israel se atrinchera. Y el Imperio se lame las heridas, sabiendo que la próxima vez, el coste podría ser aún mayor.