Ayer ya expliqué como los EE.UU. se habían retirado de Yemen, y el reportaje del New York Times del 12 de mayo de 2025 revela con crudeza el fracaso estratégico de la administración Trump en su intento de someter rápidamente a los hutíes mediante una campaña militar intensiva en el mar Rojo. La declaración de “victoria” del presidente parece más un acto de relaciones públicas que el reflejo de una victoria real. Veamos los elementos clave del artículo y su conexión con la reflexión más amplia sobre el colapso occidental.

Una “victoria” sin victoria
Trump había ordenado una campaña de 30 días para “aniquilar” a los hutíes, confiando en que la superioridad militar de EE. UU. sería suficiente para imponer el orden. Pero tras un mes, no solo no logró la supremacía aérea, sino que el enemigo seguía activo y causando daños considerables. Al no obtener resultados rápidos, Trump recurrió a un cese de operaciones disfrazado de éxito.
Este episodio muestra una debilidad profunda: las democracias occidentales, presionadas por la inmediatez política y la imagen pública, ya no tienen la voluntad, ni la coherencia estratégica, para sostener conflictos prolongados. La victoria es definida no por hechos en el terreno, sino por narrativas.
Además, el hecho de que los hutíes lograran derribar siete drones MQ-9 Reaper, con un valor aproximado de 30 millones de dólares cada uno, y que varios F-16 e incluso un F-35 estuvieran a punto de ser alcanzados por sus defensas aéreas, introduce una nueva realidad: ya no se trata solo de desgaste simbólico, sino de una capacidad real para amenazar los pilares tecnológicos del poder militar estadounidense.
El precio del cortoplacismo
La operación costó más de mil millones de dólares en 30 días, sacrificó equipo avanzado y dejó pilotos heridos, todo para conseguir lo que parece ser una retirada diplomática disfrazada. Los hutíes, lejos de quedar neutralizados, siguen activos y ahora han disparado misiles contra Israel. Trump, sin embargo, se mostró incluso admirativo hacia la “bravura” del enemigo.
Esto representa otro síntoma del declive: se intenta resolver con fuerza bruta lo que no se ha trabajado diplomáticamente, y al fracasar, se glorifica al adversario como forma de encubrir la humillación. Se desdibuja la distinción entre amigo y enemigo, y la retórica se torna contradictoria, revelando una desorientación moral y política propia de sociedades en decadencia.
Además, el uso masivo de municiones de precisión, en especial de largo alcance, generó una alarma en el Pentágono: el riesgo de agotar las reservas críticas que podrían ser necesarias para defender Taiwán ante una posible invasión china. Es decir, no solo se perdió eficacia en el presente, sino que se hipotecó la capacidad de acción futura.
Confusión estratégica y liderazgo débil
El artículo revela luchas internas entre altos mandos militares, diplomáticos y asesores políticos. Mientras unos proponían una guerra relámpago, otros advertían de que los hutíes eran resilientes. Algunos aliados (Arabia Saudí) querían más agresividad, otros (Emiratos) eran escépticos. La falta de cohesión y dirección firme recuerda a otros fracasos occidentales, como Afganistán o Irak.
Esta parálisis interna, agravada por filtraciones a la prensa y errores de seguridad (como compartir planes en Signal), muestra que el liderazgo occidental ya no puede coordinar eficazmente ni siquiera campañas limitadas. Las decisiones estratégicas están subordinadas a la imagen política y a una opinión pública que no tolera el coste del conflicto.
Por si fuera poco, la revelación de que un grupo armado no estatal, apoyado por Irán, estuvo a punto de derribar un F-35 —el caza más avanzado y símbolo de la supremacía aérea estadounidense—, supone una grieta simbólica de proporciones históricas. La credibilidad del poder proyectado se desmorona cuando los costos para sostenerlo superan cualquier beneficio tangible.
El verdadero motivo: evitar un desgaste que impida confrontar a China
Uno de los argumentos clave para detener la campaña fue el temor de que agotara los recursos militares necesarios para un futuro conflicto en el Pacífico. Esto demuestra que Occidente ya no puede sostener múltiples frentes. El deterioro material y logístico acompaña al moral.
Pero más aún: muestra que la mentalidad dominante es reactiva, basada en cálculos materiales y no en principios o objetivos firmes. El imperio tecnocrático occidental ya no defiende valores trascendentes, solo intereses, y esos intereses se definen de manera fragmentada y fluctuante.
El hecho de que una milicia pueda obligar a una superpotencia a retirarse sin alcanzar sus objetivos esenciales es un mensaje claro para actores como China o Rusia: no se necesita igualar el poder estadounidense, solo hacer que sea demasiado caro ejercerlo.
Una reflexión final
La retirada encubierta de Trump frente a los hutíes ilustra a la perfección el estado del Occidente actual: potencias militares colosales con pies de barro, incapaces de sostener una visión clara, una autoridad legítima o una coherencia moral. Se habla de “deals”, se cuantifican bombas, pero no se construye sentido.
El artículo deja en evidencia una civilización que ha perdido su capacidad para distinguir entre el bien y el mal, entre lo verdadero y lo falso, entre la derrota y la victoria. Es una civilización que, como dijimos ayer, se disuelve por dentro, no por la fuerza de sus enemigos, sino por la decadencia de su propia alma.