
Estados Unidos ha anunciado oficialmente su retirada del rol de mediador entre Ucrania y Rusia, en lo que analistas han calificado como un claro ejemplo de la estrategia de “declarar la victoria y abandonar el tablero”. La portavoz del Departamento de Estado, Tammy Bruce, afirmó que “seguiremos ayudando, pero ya no viajaremos por todo el mundo como intermediarios”. A partir de ahora, dijo, “les toca a ambas partes presentar ideas concretas para poner fin al conflicto”.
Este movimiento se interpreta ampliamente como un cambio de fase en la estrategia imperial estadounidense, que tras más de una década de intervencionismo directo, opta ahora por desentenderse del desenlace militar y político del conflicto. Según expertos en geopolítica, Washington ya ha obtenido lo que buscaba: control sobre recursos minerales clave en territorio ucraniano, debilitamiento estructural de Rusia, y una ruptura estratégica entre Europa y Moscú.
Intervención planificada desde los años 80
Lejos de ser un giro improvisado, esta evolución encaja dentro de una estrategia de largo plazo diseñada por figuras como Zbigniew Brzezinski, cuyo enfoque desde los años 80 fue debilitar el eje euroasiático fomentando tensiones en la periferia rusa. El rearme masivo de Ucrania, especialmente durante la primera presidencia de Donald Trump, fue parte de esa preparación, consolidando un escenario de guerra prolongada que desangrara a Rusia y fragmentara cualquier alternativa autónoma en Europa del Este.
La guerra como herramienta de control
Con Ucrania parcialmente destruida y dependiente de la ayuda exterior, y Rusia empantanada militar y diplomáticamente, Estados Unidos se retira habiendo asegurado su control económico sobre la región. Como señaló un analista europeo: “No se trata de reconstrucción ni de paz, sino de quién escribe las reglas al final del conflicto. Y quien tiene el capital, tiene la pluma”.
Sin garantías, sin compromiso
La retirada del rol mediador deja a Kiev aislado diplomáticamente, sin garantías de seguridad y con un creciente dominio estadounidense sobre sus sectores estratégicos, especialmente tras la firma del acuerdo sobre recursos minerales. Esto marca un nuevo patrón en la política exterior estadounidense: intervenir, explotar, y marcharse dejando a sus aliados atrapados en el caos. Cómo decía Henry Kissinger: “Ser enemigo de Estados Unidos es peligroso, pero ser amigo es fatal”.